El círculo de la amistad

Con motivo del arranque de la revista digital de la Federación, “en forma”, os esbozaba en su primer número la mirada diferente que aporta un novato a este deporte. Tras aquel escrito, días después y por pura inercia, redacté unas líneas relacionadas con lo mismo. No rondaba por mi cabeza el publicarlo aquí, y no quiero daros la brasa con el mismo tema o similar, pero una vez transcurridas unas semanas y pensando sobre ello, he decidido finiquitarlo como segunda y última parte. Prometo que si vuelvo a colaborar con esta revista me centraré en temas más tangibles.

Así que como complemento a aquel primer escrito, os desarrollo en los siguientes párrafos mi pensamiento sobre esa irremediable pérdida y su vinculación con la amistad.

Cuando ya llevas unas cuantas lunas conviviendo con estos animales y sus propietarios, llega un momento en el que cabe la posibilidad de perder cierta frescura en tus ideas, y que la llama de tu ilusión parpadeé por momentos. En ese instante de zozobra es cuando nuestra afición debe estar sustentada sobre otros pilares más sólidos.

Personalmente mantengo contacto con muchos colombófilos dispersos en la inmensa geografía que abraza el mundo. Gente de lo más interesante. Lógicamente tan sólo conecto en una relación más estrecha con unos pocos, pero el intercambio en general enriquece sin límites.

El colombófilo tiende a vivir su afición individualmente y en cierto modo aislado de lo que le rodea en su mundo cercano, pero en cambio se aviene mejor con colombófilos alejados de su geografía más próxima. ¿La razón? El desgaste, estériles disputas, miedos, la competición probablemente. Las estúpidas envidias porque no decirlo. Desconozco el origen de dicho comportamiento pero los observo a menudo y de hecho lo he experimentado en mis propias carnes.

Supongo que en realidad hablamos de la naturaleza humana.

Una razón probable es que en nuestro mundo cercano interrelacionamos con tan sólo unos pocos, y en cambio las paredes de un mundo colombófilo cada vez más globalizado son inimaginables. Nuestra alma gemela no necesariamente está a la vuelta de la esquina. Quiero creer que es eso.

En este punto debo admitir que la figura de Carlos Márquez Prats me aportaba esa energía especial. Una luz, una ilusión permanente. Me irradiaba magia. Sus llamadas telefónicas eran bocanadas de aire fresco en el crecimiento de mi espíritu colombófilo. Desde hace ya algún tiempo noto esa ausencia más que nunca. Los que le conocisteis sabréis perfectamente de que hablo. En realidad esos vínculos son necesarios para que la llama de la colombofilia perdure.

Dos grandes de este deporte, Andre Lietaer y Carlos Márquez.

Tuve un contacto muy estrecho con él, pero en los últimos tiempos ya no se trataba de aprender sino de compartir. En ese sentido hace ya bastante tiempo que decidí no aprender más. Y aunque pueda parecer un osado ejercicio de vanidad, no es ni por asomo ese el origen de tal comportamiento. La colombofilia es un arte en el que bailan muchos factores pero uno debe centrarse en los básicos, en los que realmente son importantes, y esos no pueden llevarte toda la vida aprenderlos. Nunca se deja de aprender pero manejar mucha información puede convertirse en un arma de doble filo. En una pesadilla.

A ver, no me mal interpretéis. Uno es colombófilo por naturaleza, por decisión propia, o como en mi caso por generación espontánea. No se requiere nada más, pero los tentáculos de esta afición son alargados. Cualquiera de ellos es una excelente oportunidad para disfrutarla y hacerla más completa. O al menos, subirnos el estado de ánimo cuando vienen mal dadas.

Me viene a la memoria la figura de los derbis. En ellos no compiten ni por asomo todos los colombófilos, pero son maravillosos puntos de encuentro de aficionados a la paloma mensajera. Adolecen de algo esencial en este deporte como es la manifestación de la pericia del colombófilo como preparador, pero son un complemento cuasi perfecto para muchos aficionados en su búsqueda del disfrute de esta genial disciplina más allá de su municipio. He aquí un tentáculo. Hay muchos otros, y en su mayoría necesarios. Cada uno debe buscar el suyo.

Afortunadamente este inhóspito mundo nos ofrece una segunda oportunidad casi siempre. Coincidiendo con la desaparición del entrañable maestro Márquez, hallé mi alma gemela. ¿Qué entiendo por una alma gemela colombófila?

Es aquella persona en la que te ves reflejado. Cuando hay más similitudes que diferencias. Te contagia ilusión cuando te falta. No se trata de competición ni de nada parecido, y si de compartir algo. En este caso, la ilusión por las palomas.

El concepto de alma gemela colombófila es pura invención, pero me aprovecho de esa ficción para tratar de explicaros a que me refiero. No olvidéis que la colombofilia es magia e ilusión. Si la perdemos, dejamos de estar vivos.

Personalmente hallé esa figura en el gallego Nando de la Fuente. Él me transmite esa magia que Carlos lograba hacerme llegar. Todos necesitamos ese tipo de magia. No puedo describirla con palabras pero es absolutamente esencial. No todos tenemos esa capacidad de contagiar a los demás. Carlos era un referente en esas lides. Nando no le va a la zaga sin ningún género de dudas.

Fernando de la Fuente (a la derecha de la imagen) durante el montaje de una de las mesas expositoras en la XLVI Exposición Galega da Pomba Mensaxeira, celebrada en Lugo en enero del 2013.

La colombofilia se vive en casa, uno mismo, pero se complementa con amigos. Sin esa conexión, las fuerzas acaban fallándote. Y yo trato de rodearme de gente a la que considero especial. Hay más, no los cito a todos porque no quiero olvidarme de ninguno. Nombró a Nando como representante de todos ellos en mi caso particular. Todos debemos tener a alguien al lado con el que compartir este deporte.

El propio Carlos me transmitió ese legado, tan sólo una milésima parte de esa esencia. De esa capacidad para contagiar al de al lado. Y yo, en la medida de mis humildes posibilidades, he tratado de usar ese legado, esa valiosa llama con el criterio que se merece. Como muestra de ello, os dejo un pasaje de un email que un colombófilo me envió hace unas semanas:

“…GRACIAS por todo. Me has abierto delante de mí un mundo que me fascina, lleno de sueños y metas por superar que hace que dentro de mí no cese de correr ese gusanito de la curiosidad, de aprender, de innovar, de demostrarme a mí mismo cada mañana al levantarme que he aprendido algo más que debo ponerlo en práctica en mis palomas, y el no poder dormir pensando en ellas. Por todo esto GRACIAS. Creo que siguiendo tus consejos, podré llegar donde me propongo o por lo menos intentarlo. Algo si que me ha quedado muy claro de todo lo que me has dicho, y no es poco, que mi cabeza todavía lo está asimilando. SE DIFERENTE A LOS DEMÁS…”,”…Por intentarlo de mi parte no faltara desde muy joven llevo proponiéndome retos y no ceso hasta conseguirlos, aunque cueste mucho sacrificio, y procuro siempre aprender de los mejores y para mí ahora mismo tú lo eres, y no es peloteo GRACIAS POR TODO. He aprendido más contigo en un par de llamadas que con mucha gente que se las da de enterados perdiendo muchas horas….”

Pues bien, todos necesitamos personas que nos contagien. Nando provoca ese efecto en mí, de igual modo que otros lo producen en él. Es como una cadena humana sin fin. Un círculo de amistad. Y esto también se aprende. A mí me sucede con algunas personas y entre ellas, antes estaba Carlos y ahora Nando. De igual modo que necesitamos más ojos nuevos que miren diferente, necesitamos apoyarnos en aquellas personas que nos irradien magia colombófila.

A continuación y ahondando en la misma idea os relato un breve episodio personal.

Me remonto a 1991. Por aquel entonces me trasladé a Madrid para finalizar mis estudios de bachiller. El ya extinto COU. Allí conviví un año con mis tíos Julio y Gabriela en una urbanización llamada las Mimbreras sita en Majadahonda. Mi tío Julio, el cual falleció antes de tiempo hace ya unos años como consecuencia de una cruel y fulminante enfermedad, era una persona a la que yo adoraba. Alguien con magia al que echo mucho de menos. Mi tío preferido.

Ya adentrados en el fío invierno madrileño de aquel año, recuerdo sábados de madrugada frente al televisor, gin tonic en mano él, cervezas para el que os escribe. Disfrutando de combates de boxeo por la televisión. Debido a la afición que mi tío Julio profesaba por este tipo de deportes, me aficioné un poco a aquello. Igual que a los combates de Sumo. En este último se dice que en ese ritual cuasi hipnótico que se rinden asimismo los luchadores, en ese juego de miradas amenazantes sin decidirse a abalanzarse sobre el oponente. Pues bien, se afirma que en ese juego se gana o se pierde el combate.

En esos eternos segundos, en esas miradas. En ese exótico baile se dilucida el final.

En el boxeo es parecido, en el sentido de que la mirada de ese incipiente joven púgil con apenas varias victorias en su casillero no es la misma que la del veterano. Los ojos del veterano han librado ya muchas batallas. Se les ve cansados, apagados, sin esa vitalidad necesaria para seguir luchando por una victoria más. Es ley de vida.

Con la colombofilia, aunque dentro de la abismal distancia que nos separa con ese tipo de deportes de contacto, sucede algo parecido. En el instante en el que el campeón pierde esa mirada. Se acabó. Ya puede disponer de unas extraordinarias instalaciones y palomas forjadas en décadas de vuelos, que sin esa mirada, sin esa energía nada será igual. Esa mirada, la buena, denota ilusión, sacrificio y ganas por competir. Los triunfos no vienen solos, hay que ir a buscarlos, y para ello la ilusión se me antoja fundamental.

¿Cuántos colombófilos que llevan media vida en esto que en su día despuntaron en sus respectivos clubs, hoy se arrastran en el final de las clasificaciones? Creo que la respuesta sería: Muchos. Les falta la ilusión que un día tuvieron. Ya no atesoran esa mirada necesaria para ganar. Falta la ilusión por competir. Esa energía que es denominador común en todos aquellos benditos locos que deciden dar sus primeros pasos colombófilos entre nosotros. Nuevamente vuelvo a mandar el mismo mensaje. No perdamos esa mirada.

Pablo Suárez Revuelta. www.elrincondepablo.com


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